lunes, 24 de noviembre de 2014
Estaba en casa, tomando un café, mirando la calle por la ventana, mientras meditaba sobre las miles de cosas que me habías dicho hacía unos días atrás. El clima era templado, aunque una brisa soplaba de vez en cuando volando las pocas hojas naranjas que quedaban de los árboles, las cuales se contrastaban con el cielo gris, melancólico.
No había mucha gente afuera, pues ya eran alrededor de las siete y el ambiente se tornaba oscuro de a poco, aunque debo decir, que a mi siempre me gustaron los ámbitos opacos. Los negocios en frente de mi departamento seguían esperando clientes con una chispa de esperanza, y yo seguía esperando una respuesta hacia todas mis dudas.
Mi celular vibró de repente, indicándome la llegada de un mensaje, eras tú, y me decías que estabas en camino. No podía rechazar la invitación, pues, primero que nada, nunca aceptabas un "no" como respuesta, segundo, te extrañaba, aunque nunca te lo diría, porque soy una idiota. Además me encontraba sola, como siempre, y aunque estaba acostumbrada a ello, pensé que no me vendría mal un poco de compañía.
Luego de unos minutos te encontrabas afuera, mirando mi ventana, con tus ojos castaños llenos de seguridad que tanto me gustaban y encantaba mirar, por supuesto. Te hice señas para que entraras y me asentiste con una sonrisa. Esperé hasta que tocaras la puerta, sabía que preferías las escaleras antes que los ascensores, y aunque viviera en el tercer piso, te tardabas un poco mucho, por razones que desconozco.
Tres suaves golpes contra la puerta me indicaron que debía ir a abrirte, y allí estabas, con una bufanda azul que te cubría la cara hasta la nariz, un tapado negro que rozaba tus muslos cubiertos por jeans y unas botas, el cuál el color no recuerdo, pero no importa. Me abrazaste como siempre y devolviendo el gesto pude sentir el perfume que irradiaba tu cuello, sintiéndome a gusto. Entramos y te pregunté si querías algo, donde me respondiste con un simple "no gracias" que me tomó por sorpresa, pues siempre tenías apetito, pero no le di tantos rodeos al asunto.
Entre charla y charla se hicieron las nueve, te consulté si querías cenar algo, pero no tenías hambre, y extrañamente yo tampoco, es mas, me sentía cansada por alguna extraña razón, y como si me leyeras la mente me dijiste, "deberíamos ir a dormir"; acepté.
Me acompañaste a mi habitación para luego quitarte la ropa hasta quedar casi desnuda, (si no fuera por las delicadas prendas que aún tenías) y taparte con las sábanas hasta el cuello, pidiéndome silenciosamente a que me apurara y que te acompañara. Me acosté a tu lado observándote casi con un sentimiento de timidez, pues me cohibías la mayoría del tiempo, hasta que me tocaste la cara y mi pulso se aceleró, aunque no entendía por qué, ya que hacíamos esto la mayoría del tiempo, pero se sentía extraño de alguna manera u otra. Se sentía cercano, pero tan lejano.
Nos besamos, aunque luego te separaste un poco de mi diciendo que querías dormir, así que también decidí hacerlo. Sin querer interrumpir tu espacio no te abrasé, y de una manera u otra me sentí sola, como si no estuvieras a mi lado, como si todo fuera un vil producto de mi imaginación y solo fueras una ilusión que se desvanecería apenas me atreviera a cerrar los ojos. Aún así, con temor, lo hice.
Me desperté por el ingrato sentimiento del frío, rápidamente te busqué con la mirada, y por suerte seguías ahí, observando el techo como si tuviera algo interesante, aún cubierta por las frazadas. Me enfrentaste y me dijiste que necesitabas calor, así que posé tus manos entre medio de mis muslos, y me preguntaste si no me molestaba la frialdad, lo cuál te negué. Aún mirándote tomé las sábanas y nos cubrí por sobre nuestras cabezas, hasta que tu rostro indiferente se escondió entre la oscuridad, hasta desaparecer.
Abrí mis ojos, sintiéndome confundida, miré hacia la ventana y pequeños rayos de sol se acercaban sigilosamente desde ellas casi sin pedir permiso para entrar a mi habitación. Miré a mi lado, me encontraba sola, y tampoco sabía por qué te esperaba a ti si tenía bien en claro que nos habíamos separado hacía ya cinco meses, y con seguridad podría decir que te había superado, aunque eso no era lo que me demostraba el sueño.
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