Era el quinto día que decidía emborracharme hasta quedar dormida y fumar, probablemente, hasta cinco cajas de cigarrillos en el día. Esto no me estaba haciendo bien, pero que importaba. Ya nada lo hacía.
No me sentía mal, simplemente no quería hacer nada mas que tomar alcohol y consumir nicotina. No sentía nada, si es que eso era posible. Llegué a pensar que me había quedado sin sentimientos y emociones pero, valla, que idea mas estúpida. Había llegado a unos de esos días, o semanas, o meses, los cuales quería estar sola.
No hablaba con nadie, pues no tenía demasiados amigos, solo los suficientes, unos dos, o quizás tres. Mi compañía era mi apartamento, la Luna, las estrellas, y el Sol. Los únicos que me escuchaban eran esos astros a miles de kilómetros de distancia. Esa era la única excusa que tenía para decir que "no hablaba sola."
Estaba recostada en el sillón mirando los edificios apenas iluminados por el sol, estaba anocheciendo. Debo decir que no tenía la mejor vista pero tampoco la peor, en fin, era un tanto agradable. Terminé mi último cigarro, y me refiero, al último de todos, no tenía mas cajas restantes. Me molesté y lo arrojé en el cenicero.
Me levanté un poco mareada para ver si me sobraban mas botellas de alcohol, nada. Definitivamente era mi día de suerte. Tenía hambre pero lo único que encontré fue un paquete de galletitas de "ve a saber tú de qué tiempo".
Después de mi no tan grandiosa cena, fui a tomarme una ducha rápida. Cuando entré al baño y miré mi reflejo en el espejo me tuve tanta lástima que juré no beber tanto durante los próximos días. Tenía ojeras muy notorias y mi cabello estaba tan opaco que parecía sin vida. Tenía el aspecto perfecto de una muerta, y así lo sentía también en mi interior.
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