Quedé petrificada cuando, por fin, luego de tantos meses de investigación, noches eternas sin descanso y muchas complicaciones (que no valen la pena mencionar ahora), me di cuenta de lo que realmente estaba sucediendo.
Aunque la inmensurable presión que estaba sintiendo en el pecho no me dejaba respirar y las lágrimas me nublaban la vista, corrí, lo mas rápido que pude, aunque las piernas se me estuvieran desarmando del temblor.
Los pasillos se me hicieron interminables y mi poca falta de orientación, terrible dolor de cabeza (por el golpe que recibí), la oscuridad de esos infinitos túneles, que parecía tragar todo mi ser, tampoco cooperaban.
Cuando por fin logré llegar al final, mas que felicidad, me sentí horrorizada. Verte tumbada en la mitad del salón sobre un charco carmesí, me desbordó por completo. Todo me dio vueltas y casi me vuelvo a desmayar. Creí lo peor. Corrí devuelta, a tu lado.
Como pude me arrodillé junto a ti y traté tapar la herida, en vano, o eso pensé. Casi por una misericordia del universo, cuando me acerqué a tu rostro entendí que todas las esperanzas del mundo estaban puestas en la débil respiración que emanabas de entre tus labios. Esos hermosos labios rojos que decoraban tu rostro (ahora demasiado pálido), que tanto había besado con fervor, amado, adorado, así como compartido secretos, conversaciones, cosas lindas y malas.
Me temblaban las manos de los nervios, la desesperación de no saber qué hacer y querer darlo todo. La presión en el pecho se convirtió en un dolor insoportable, como si me estuvieran arrancando el corazón, el sudor me estaba congelando los huesos y los pensamientos, los diez millones de pensamientos que revoloteaban en mi ser, me estaban devorando la cabeza a una velocidad increíble.
Rompí en llanto, un sollozo horrible, sentía como te ibas de este plano, de mi lado y la pesadez se iba convirtiendo en vacío. Uno indescriptible. Mi peor pesadilla era perderte para siempre y se estaba volviendo realidad.
Era, absolutamente, la culpable de todo esto, principalmente por mi primer defecto, solo apuntar a los detalles y nunca prestarle importancia al panorama en general. Era una idiota y por eso recibía este castigo agonizante que iba a quedar de por vida en mi ser: el no poder estar juntas. Pero quizás, lo que mas me frustraba de todo esto, era el nunca poder confesarme con claridad y explicarte mis mas puros sentimientos de amor.
De repente el cielo se despejó y el enorme vitral dejó entrar la luz de la Luna, su tenue reflejo alumbraba las estatuas de vírgenes y ángeles, que parecían estar burlándose de mi desesperación, en vez de ayudarme.
Recé, irónicamente con lo anterior dicho, recé, por un milagro, una ayuda, respuesta, algo, hasta que mis ojos desesperados se posaron sobre algo que brillaba a lo lejos. Era tu collar, a tres metros de nosotras.
Me apresuré en agarrarlo y por primera vez en esa noche de terror, noté que mis manos estaban cubiertas de sangre. Limpié lo mas que pude la joya que sostenía el dije mientras me volvía hacia ti y, en ese momento, quise creer que quizás podía salvarte.
Eras mas alta que yo, mas fuerte incluso, así que no tenía la mínima idea de cómo levantarte. Debió haber sido por mi tan inquietante estado mental que logré sacar fuerza (de vaya a saber dónde), que logré sostenerte entre mis brazos y caminar hacia la imponente puerta de roble.
El aire helado golpeó todo mi cuerpo sin piedad, sobre todo mis pulmones y heridas, dándose a conocer, ya que comenzaron a arder como mil demonios. Hasta ese entonces no las había notado.
El silencio de la noche era abrumador, la naturaleza, el exterior, habían sido testigos auditivos de la violenta escena que había ocurrido dentro del santo edificio. Estaba segura de que los espantosos gritos que retumbaron las paredes, habían logrado sobrepasarlas.
Mi única guía era la Luna, tenía que dirigirme hacia el fondo de la parroquia, hacia el lago, colocarte allí y esperar un milagro. Lo que no fue fácil, pues las plantas crecidas y enredaderas terminaron por herirme mas. A eso, se le sumaba lo aterrada que estaba respecto a que todavía hubiera algún desgraciado, esperándonos para terminar con todo esto.
Por suerte llegamos al lago sagrado, dónde los rayos de la Luna descansaban. Coloqué el collar sobre tu herida y con suerte apenas respirabas, menos que la vez anterior. Le juré al astro que cumpliría con todas las promesas que quisiera, que no sería en vano, que por favor te curara, las lágrimas comenzaron a desbordar de mis ojos por milésima vez en el día, te vi ahí envuelta en un manto de agua y sangre, lastimada, no podía mas con esto. Le pedí a las estrellas, al universo, a quién fuera, pero no obtuve respuesta.
Dejaste de respirar. Te habías ido. Se me rompió el corazón. Me eché sobre ti. Si yo estaba congelada tú lo estabas mas. Quería irme contigo, no era justo, todo esto fue en vano. No había querido quitarte la daga de plata que te habían incrustado en el pecho (para que no te desangraras mas), pero ahora estaba dispuesta a hacerme lo mismo.
Tenía comprobado que nuestras almas ya se habían encontrado en otras vidas, pero nunca había funcionado. Fui una ilusa al pensar que quizás, si construíamos una relación desde el amor mas puro, podríamos encontrar la paz en ésta línea temporal, pero no.
No lo soportaba, no podría superar la pérdida una vez mas y que una de las dos sufriera sola hasta el fin de esta etapa. Apunté la daga en mi pecho, cerré los ojos, pedí perdón, a todo, a todos, a mi misma por lo que estaba por hacer, era una locura, pero especialmente a ti, por haberte fallado.
Me persigné una vez mas.
Escuché un susurro.
- ¿Madelaine? -