martes, 4 de mayo de 2021

2 AM

Me desperté a la una y pico de la mañana por el frío, me senté con extrañeza ya que por la noche no era de moverme en absoluto, y siempre (a menos que estuviera él), amanecía con las sábanas intactas. Este era uno de esos tantos casos donde exactamente él estaba durmiendo plácidamente a mi lado, sin remera, boca abajo, no entendí nunca cómo es que es inmune a las bajas temperaturas.

Lo observé detenidamente entre la oscuridad, unas pocas luces artificiales se asomaban desde la ventana pero no eran lo suficiente para que pudiera apreciar su rostro por completo, aunque no me eran de gran necesidad, conocía con perfección cada una de sus facciones. Como ejemplo de ello podría decir que recordaba los pocos lunares en su espalda, su nariz recta, esa expresión tan serena al dormir, sus labios... esos que me podían dedicar cualquier tipo de frases, tanto cariñosas y llenas de afecto (las cuales siendo honesto no me merecía en absoluto), hasta lo más obsceno.

Por más que doliera, la verdad era que no sentía nada por él, nada sentimental. Suena inmoral quizás, no es la palabra que estoy buscando, pero lo único que me interesaba era involucrarme sexualmente con mi amigo, era mi consuelo, y una situación de mierda, pues desde su parte era todo lo contrario. Se me había confesado hacia dos semanas así como mi sentencia de muerte, me dio un vuelco al corazón y la culpabilidad se apoderó de mí, definitivamente iba a morir y más cuando sentí semejante presión en la boca del estómago.

Me senté pegando la frente a mis rodillas con todos estos pensamientos rondando mi cabeza, tenía que parar con todo esto, no quería lastimarlo, pero tampoco quería quedarme solo sin ninguna distracción, lo extrañaría. Quedé en esa posición por un rato y posé la vista en él, un año menor que yo, alto, pelo lacio y fino, comencé a acariciarlo con la seguridad de que no iba a despertarle, sueño profundo.

Comencé a preguntarme a mi mismo que pensaría el sobre esta situación (la mía). Esta situación tan estúpida, tan innecesaria. Estaba al menos un %90 seguro de que el ya se había dado cuenta de que no lo podía amar como el tanto lo deseaba, como tanto se lo merecía, pues era muy inteligente y estúpidamente perceptivo.  Entonces, ¿por qué carajo me seguiría buscando? ¿Por nuestra amistad? ¿Por qué seguirías en contacto con alguien que solo te usa por deseos carnales? 

Me desesperaba esa posibilidad de que me estuviera engañando con lo que me decía, sobre sus sentimientos, no éramos amigos hace mucho tiempo, recién hace un año habíamos retomado el contacto, y tremendo contacto, encajamos como dos piezas de rompecabezas que estaban destinadas a estar juntas, almas gemelas, como le llamarían esas tantas personas estrafalarias, románticas empedernidas, tan desesperadas por encontrar a algún individuo que los entendiera de una manera... espiritual supongo. 

Quizás me estaba volviendo loco, quizás mis relaciones pasadas me estaban haciendo pasar una mala jugada y debería haber tomado la buena decisión de ir con un terapeuta, pero soy un cobarde, tan tonto y tan estúpido que no me había dado cuenta hasta ahora de que quizás, yo era el que se sentía solo, el que no quería que lo dejaran, el egoísta, el ermitaño sin futuro, sin vida social, el que apenas hacía su trabajo, la oveja negra de la familia siempre criticado, el que le costaba expresar sus sentimientos o a veces los expresaba de manera incorrecta, o de sobremanera, exageradamente, escandalosamente, a gente que no se interesaba en el en lo mas mínimo, mientras que a sus seres queridos no les contaba nada, tan solo por el hecho de no causar molestias; al que le generaba impotencia ser tenido lástima.

A ese tonto, que le daba miedo querer y por sobre todas las cosas: ser querido. Ser amado sinceramente, tan pura e incondicionalmente sin complicarse tanto la vida, sin martillarse la cabeza con ideas nefastas ni cuestionarse nada del prójimo. 

Al fin y al cabo, ya a las dos de la mañana, ese sábado tan frío y lluvioso, seco, aburrido, abrumador y lleno de melancolía, llegué a la conclusión de que mi peor enemigo, mi gran miedo era este. Amar y no ser correspondido verdaderamente, de la manera en la que yo quería que me quisieran, con la misma intensidad que tanto buscaba y ando buscando.